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CALLES Y RINCONES
La belleza de un pueblo no está solamente en sus monumentos, también se encuentra en los pequeños detalles. El pueblo de Almedinilla goza de un encanto singular en sus calles y rincones, donde con un pequeño paseo apreciarás diminutas características que hacen de este pueblo un lugar donde soñar.
La peña del Pingorote, que se eleva como perenne guardián junto a una cerrada curva de la carretera que lleva a Brácana, regala la mejor panorámica de Almedinilla, cuyo casco triangular, inflamado por la luz del mediodía, se extiende mansamente, abrigado por escarpadas sierras y cenicientos olivares. En la base del triángulo verdean las huertas, fertilizadas por el río Caicena, paisaje al que la villa se asoma por el balcón del Paseíllo.
Este pueblo cuenta con lugares únicos, fruto de la alianza entre las fachadas blancas y las escarpadas sierras que abrigan el caserío por el suroeste, como las Llanadas, los Castillejos y el Cerro de la Cruz.
Entre los rincones con encanto nos encontramos la calle Molinos y su entorno, el barrio del Puente, un apéndice meridional que se extiende entre la protectora pared rocosa y el cauce del río Caicena, creando un espacio donde al viajero le gustaría perderse.
Callejear por Almedinilla proporciona la oportunidad de descubrir calles particulares como Cerrillo, Calvario, Acequia, Vado, Río o Ramón y Cajal, esta última es el vivo reflejo de nuestro pueblo, estrecha con olor a azahar gracias a los naranjos que la decoran envolviendo y arropando nuestro paseo .
La Plaza de los Cuatro Caños, punto de encuentro de nuestros vecinos, es el lugar ideal donde reunirse para pasar un rato agradable refugiados del calor típico de nuestro pueblo. Esta plaza nos encandila con la belleza de su fuente compuesta por un pilar circular de 2 m. de diámetro y 50 cm. de altura, en cuyo centro se emplaza una pilastra dotada de un fuste circular en su parte baja, una pileta de planta circular en medio y un cuerpo superior de forma troncocónica provisto de cuatro caños que está rematado con una cruz de hierro forjado.
Despunta la Torre del Reloj, monumento más emblemático de la localidad que data de la II República, cuyo cuerpo de ladrillo rematan vidriadas tejas verdes que brillan al sol. Pasando bajo ella el viajero se adentra en una acogedora placita que antaño fue mercado y hoy antesala de la casa consistorial.
Ven a descubrir lo que este pequeño pueblo te ofrece.